COMERCIO JUSTO
Por Cab+ Fernando Vázquez Brea
Prior General de España de la Orden Bonaria
Introducción.
No hay nada en la vida del ser humano que éste no pueda convertir en bueno o en malo.
Los conceptos son tergiversados por determinados seres humanos que, ansiosos de poder, adulteran el significado de algo tan sagrado como es la palabra que, en su máxima acepción, se encuentra en el origen de la Vida. No es nada nuevo: Ya el Antiguo Testamento narra el caos surgido en torno de la Torre de Babel.
Así, movidos unas veces por oscuros intereses y otras por buenas voluntades, manipuladas o no, venimos barajando conceptos como comercio, capital, intermediario y otros que están sometidos a la defenestración continua y al vapuleo moral de todos aquellos que no quieren que se les asocie con ellos. Al mismo tiempo hay otros conceptos que gozan de una muy buena consideración, justo, ecológico, medio ambiente, etc., sin que por ello reflejen, mejor que los primeros, la realidad.
Me gustaría hablar con símbolos, pero, aún a riesgo de que malinterpreten o tergiversen mis palabras, he de utilizar éstas para que el mensaje llegue a todos.
Se habla de comercio justo. Nos llenamos la boca con su moral. Pero la situación no cambia. Un breve análisis, nos puede dar algunas pistas. Espero que aquellos que tienen en sus manos la llave del cambio sepan y quieran utilizarla.
El comercio.
Pensar en el comercio como algo denigrante que impida la consideración de nobleza o suponga la vilipendiada pertenencia a las esferas del capitalismo, no deja de ser un contrasentido o al menos una postura maximalista lejana del eclecticismo.
La Historia nos muestra como el intercambio comercial, no exento de engaños, ha sido vehículo de intercambio cultural, tecnológico, religioso y hasta jurídico. Sin el afán por vender y comprar, seguiríamos donde estábamos: Pensando que la tierra era plana.
¿Qué podemos decir del comercio? ¿Es una actividad deplorable? A la vista de lo indicado en el párrafo anterior, no parece que así sea. El comerciante, tal como se entendía en sus orígenes, recogía unos materiales o unos productos que previamente había intercambiado por otros manufacturados y los llevaba a su país de origen. Todo ello no estaba, ni mucho menos exento de riesgo, ni eran viajes de placer los que realizaban. Por tanto, resulta lógico que, entonces y ahora, percibieran un beneficio.
Hay una ley que rige en la Naturaleza y es la del mínimo esfuerzo. Es la que mantiene a los animales en su estado inferior y es la que hace estragos entre los hombres que quieren enriquecerse en el menor tiempo posible.
De las buenas consecuencias del comercio sobre el desarrollo del hombre y de los trabajos y riesgos de quienes tienen que transportar las mercancías de un lugar a otro ya hemos hablado y sobre ello no hay nada que objetar. Lo malo llega cuando el hombre sobre valora lo que hace, cuando piensa que ha de ser rico y, además, en poco tiempo. Entonces, ¿por qué no engañar? Al que aporta las materias primas y los productos exóticos, presentándole baratijas que nada cuestan, armas que le harán más fuerte que sus vecinos, drogas que le llevarán al paraíso, etc. Y al que compra no diciéndole la procedencia de lo vendido, ni mucho menos la ganancia del que vende, ni nada que no sea lo que el comprador quiere oir o el precio que no tiene más remedio que escuchar.
Es muy interesante analizar la balanza comercial de los países subdesarrollados: Los mejores clientes son los países ricos y al otro lado de la balanza solo encontramos los países desarrollados.
En resumen:
Los pobres no tienen más remedio que comprar a los ricos porque son los que saben y pueden procesar las materias primas.
Los pobres no tienen más remedio que vender a los países ricos que son los únicos que les pueden comprar, por lo menos a un precio, para ellos, aceptable.
Consecuencia:
Cuesta trabajo pensar que el mercado en el que confluyen ricos y pobres sea libre y, por ende, difícilmente llegará a ser justo.
Mejorando
En los últimos años, algunas ONG’s, como Intermon Oxfam, han creado las llamadas Tiendas de Comercio Justo. Es una iniciativa muy interesante y que, desde luego, está ayudando a muchas personas. Pero, ¿es suficiente para integrar a los países pobres en la dinámica comercial mundial en igualdad de condiciones con los países más favorecidos?
Analicemos el funcionamiento de estas tiendas.
La primera tienda de Comercio Justo se abrió en 1969 en Holanda. A partir de ahí, el movimiento se extendió rápidamente por los Países Bajos, Alemania, Suiza, Austria, Francia, Suecia, Gran Bretaña y Bélgica. En 1990, después de 10 años de cooperación informal, nació la European Fair Trade Association (EFTA o Asociación Europea de Comercio Justo) que reúne a 148 organizaciones de Comercio Justo de África, Asia, Australia, Sudamérica, Norteamérica y Europa, funcionando además como un foro de discusión.
El comercio justo se establece sobre unas bases de igualdad y transparencia en las relaciones de trabajo, que permiten mejorar las condiciones de vida de los productores en los países del Sur y garantizar a los consumidores del Norte que los productos que compran han sido elaborados en condiciones de dignidad. La actividad de los productores siempre es sostenible en su ámbito económico, medioambiental y social.Los productos se adquieren directamente a los campesinos y a los artesanos. Eliminando los intermediarios, se ofrece a los productores una retribución adecuada a sus esfuerzos y los precios de los productos se fijan de acuerdo con los productores.Por su parte, las organizaciones de Comercio Justo del Norte se comprometen a dar a los productos del Sur acceso directo a los mercados del Norte, evitando en lo posible los intermediarios y los especuladores, y a pagar un precio justo que permita a los productores cubrir sus necesidades vitales y los costes de producción y que deje un margen para la inversión. Además es frecuente se financie parte de la actividad productiva por parte de las organizaciones del Norte.
Es evidente que todo esto beneficia a los productores, esto es a un determinado número de personas de los países pobres. Perro esto no es, ni mucho menos, suficiente. Veamos cuales son las limitaciones del sistema.
Primero: La competitividad es una cualidad que se enseñorea de las relaciones comerciales. La red comercial de comercio justo es poco tupida y los competidores pueden hacer dumping en cualquier momento. Debemos pensar que aunque el volumen de producto puede ser importante, el comerciante occidental cuenta con una capacidad financiera que difícilmente dispone el productor, ni las ONG’s que los apoyan, así como con otras ventajas logísticas.
Segundo: Este comercio se centra en actividades artesanales o cuasi artesanales. Esto es no promueven el desarrollo tecnológico del país de origen, solo apoyan su supervivencia.
Tercero: Muchos grandes almacenes venden productos de comercio justo, pero junto a ellos venden otros tradicionales al mismo o mejor precio. En consecuencia se benefician de una buena imagen moral y perjudican la imagen del comercio justo con la odiosa comparación con productos aparentemente similares.
Cuarto: La sociedad occidental se encuentra asustada ante consideraciones tales como la manipulación de alimentos, la higiene de los mismos, la falta de calidad de los productos, etc. Estos conceptos se convierten en argumentos descalificativos entre los diversos competidores del mercado y los productores del sistema de comercio justo no son una excepción. Por tanto los productos del mercado justo deben dotarse de certificados de calidad.
Quinto: En la primera etapa del comercio justo los productos llevaban un sobreprecio que revertía sobre el productor. Sin embargo, la demanda de estos productos en tales condiciones requiere de un espíritu solidario por parte de los compradores que, además, han de confiar en que el sobreprecio revierte efectivamente sobre quien lo necesita (una parte suele dedicarse a campañas de concienciación). Sin embargo, como ya hemos dicho antes, una gran parte de los compradores solo mira el precio. Es necesario pues abaratar los transportes y trámites a que deban someterse los productos.
Sexto: Aunque queda implícitamente indicado en los apartados anteriores, la credibilidad de los productos y de las organizaciones que los comercializan es fundamental para que el comprador se interese por dichos productos. Esto se ha intentado resolver con los llamados “sellos de garantía”. Sin embargo, la venta de tales sellos a determinadas empresas con fines de lucro ha desvirtuado totalmente el sistema.
Resumiendo: Se trata de un sistema bien pensado, pero cuyo desarrollo y debilidad lo convierten en algo puramente testimonial.
El futuro.
Hemos puesto de manifiesto los fallos que apreciamos en el sistema actual de comercio justo. Llega el momento de dar soluciones, pero esto lo dejaremos para mañana.